Fachadas azules hilan un collar que rodea el mar
a lo lejos, un horizonte,
sutil límite entre la vida pasada y la de hoy,
a lo lejos, América, aunque no la vea,
otra frontera, los espacios;
del otro lado estás en un tiempo paralelo,
seis horas más temprano,
soy un almirante llevando este continente navío
a la deriva,
tirante,
atado cual Ulises a su mástil,
atado al canto de la saudade.
En Ericeira atardece,
se ve, voy llegando a ti.
me habrás olvidado ya.
yo solamente recojo piedritas de la playa,
mientras otra gente observa pinturas y artesanías
y a veces habla en portugués y otras en español,
mientras ya es hora de marcharse.
Hay que volver a Mafra,
hay que volver a Lisboa, a Évora,
a Badajoz, a Mérida, a Madrid,
a la vida papel cuadriculado,
a otros abrazos y besos
y otras cenas y paseos,
a otras burocracias,
es una lata andar indocumentado,
disimulando la paranoia,
acudiendo a un trabajo al que se debe uno agarrar etcétera
y a los cursos
y a los conciertos;
todos esperan algo de uno,
hacerlos olvidarse un poco
y reír cuando se puede.
luego las cañas,
la mesa y la cama compartidas
y un pensamiento
que se ha quedado en la playa portuguesa,
con la esperanza de llegar a nado
a otra costa,
a otro tiempo,
a otra piel.
(Carlos Arboleda López. Ericeira, Portugal. 2002.)