Ya sin huellas, camino sobre la nieve, pluma sin tinta, clavo sin sonido. La gente me mira desconfiada, piensa "¿quién es este tipo que no deja huellas?, parece cosa del diablo". Pero yo me río. Sé que a los tres días exactos mis huellas llegarán con la correspondencia. O hallarán solitas el camino a casa, ya son huellas grandes que no se pierden ni se ahogan. O me escribirán desde Bruselas: "Carlos, querido, nos hemos duchado bajo el Manneken-Pis y hemos patinado en su estanque". O se acomodarán del lado correcto de árboles, postes y barandas, no conviene alborotar a perros, bicicletas y paraguas.
Será entonces cuando nos reconciliemos y de tanto abrazo y tanta caricia les arquearé sus espalditas de gato, luego se dormirán con un ojo abierto, no vaya a darme otra vez la lata.
(Carlos Arboleda López. Bertrange, Luxemburgo. 1997.)
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