censa sus ghettos, sus favelas, sus suburbios,
hace cuenta de sus panes, de sus peces,
se enfrenta a tanta paja, a pocas mieses,
desempolva sus mentiras, sus augurios,
desoxida sus bisagras, sus balines,
reedifica sus templetes de ceniza,
silbatos de metro, la ordinaria follia
y, aunque le falte nicotina y el aforo,
puntual asume su faena, sin decoro,
de encarar la soledad, la sumatoria
de esa careta tuya y esta mía;
el balance asentará un piolín de nylon
sujetando por el cuello una palabra espléndida,
alguna cama asesinada de contado;
resta el alma de bistró desfinanciado,
tu amor Cándida Eréndira
y mi actitud Buster Keaton
que, más bien, suman.
(Carlos Arboleda López. Madrid. 1999.)
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