Y de repente, ciudad mía,
te resuelves en la suma desfasada
de postales más reales que ti misma,
uno se olvida que el tiempo como lluvia
te labra, marca arrugas, se evapora
te encontraré un día tan cambiada
y me hallarás tan extranjero
que nos amaremos desvencijada, intensamente
como se quieren sólo un par de pasajeros
en el vagón de un tren, de un metro,
con el ruido goteando como flecos
con el miedo lloviendo como fuego
y el silencio incubándose en los puños,
en las suelas y pulmones,
con la fugaz paciencia, la dulzura
de que se alimentan los fingidos llantos
y los no tan fingidos, también,
con reglamentarios diez segundos, antesala
del knockout de la última esperanza.
luego stop, aquí me bajo
y el abrazo despidiente y paliativo.
(Carlos Arboleda López. Luxemburgo. 1999.)
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