martes, 17 de agosto de 2010

Vestigios

Ha aumentado la frecuencia con que noto
que cada vez más frecuentemente
tomo fotos
para observarlas largo tiempo.
tomo la reporter, grabo
“probando, uno, dos, tres,
probando solamente”,
luego rewind, play, el ruido blanco.
la voz se desvanece
(¡oh misterio del instante, ay de mí, ay de Zenón!),
lo mismo la acaricio dentro del cráneo
en una región que no conozco
ni aspiro conocer,
sin embargo la puerta
hacia el mundo encendido
más allá del bibelot, del paisaje,
sin embargo el llamado en los dentiles,
sin embargo una armadura de estrellas.
pero es invierno y el exilio etcétera.
mido mis pasos:
0,75 metros cada uno, exactamente.
me bastan 13 pasos y un tercio
para rodear el perímetro de este cuarto.
el piano no dice nada, también se lo cuelga.
lo peino,
lo velo con dos lámparas eléctricas,
le ofrezco claveles de papel,
lo abandono atado a un poste telefónico.
un lápiz, dos crayones, tres papeles
coronan la papelera pirámide. pobre ofrenda.
me rasco el codo,
compruebo la existencia de mis orejas.
ahora me sueno dos veces más que hace un mes,
cruento descubrimiento.
repaso el reflejo de mis rasgos,
mido el frío y la aspereza del vidrio
bajo las irrepetibles paredes de los surcos dactilares,
ahorco una catedral con un piolín, con un pelo de mujer,
busco cada piel que arrojo, cada uno que he sido
(¡oh zenón, oh yo mismo, ay del misterio del instante!).
tras la ventana, los trenes, las bandadas, los campanazos,
las noticias de ultramar que me esperan sin saberlo,
el exterior de un guante revirado
reviso bajo las alfombras,
y no encuentro más que tickets y pelusas,
facturas atrasadas, recetas imposibles,
cementerio polaroid de muchas vidas
baba de caracol con una muerte.
luego, los guantes, el abrigo, la bufanda,
los caminos, las bocinas, los gendarmes,
la ciudad puño cerrado que conozco y desconozco:
los correos, los cafés, las ambulancias,
colegiales, los mendigos, las mascotas,
los banqueros, sus mujeres, comerciantes,
las protestas, los lamentos, carcajadas,
agencias de empleo, gabinetes, los museos,
los portales, las bancas de los parques,
los clandestinos, los oficiales,
ángeles, muy pocos.
a cada vuelta que doy
queda petrificado un doble,
cadena dominó interminable
que reproduce el cosmos y sus voces,
luego rewind, play, el ruido blanco.
y no hay imitación
y no hay reproducción
no existe el impostor
que mezcle los vestigios de mí mismo,
que, probando solamente,
asuma este alfiler en mitad del espinazo.



(Carlos Arboleda López. Bertrange, Luxemburgo. 1997.)


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