jueves, 5 de agosto de 2010

Efecto coriolis


El mío es un piratazgo alimentado de sí mismo, 
como si la cojera de uno 
aumentase su disfunción al cien por ciento 
y como si el parche en el ojo 
se tomase por asalto las dos cuencas. 
Le nace un bucle extraño cualquiera 
que gira en cualquier sentido: 
te otorga una alegría zoológica 
y, equilibrista en las neuronas, 
te encuentra fontanero de tiempo, 
entomólogo de cachivaches, 
remolino de barajas al viento; 
proyecta cada puño desmayado, 
la anatomía de los aeropuertos, 
los pasaportes vencidos, 
los gallos que quedarán para Esculapio, 
las bisagras que mienten una vez de cada dos 
y, cosidos a la boca de los párpados, 
los ecos de los ecos de una imagen 
redibujada, vítrea, transatlántica 
(la ceguera te aventaja, te amanece). 

El mío es un piratazgo itinerante: 
como Tristana zapatea la pata, el palo, 
ama, desama, practica el piano 
(la cojera testamenta, te traiciona); 
se conduele al percatarse 
de su estrellato de péplum, 
                         de historia no venida, 
                         de parapeto saltado; 
te embriaga en tal posthistoria, 
abisma todas las palabras, 
desnace todos los sonidos, 
deshora todos los silencios, 
genera otro bucle, sentido inverso al anterior, 
dibuja los linderos de este abismo; 
te paras en el filo del alféizar, 
te olvidas de los pianos, das el brinco 
y, mientras caes deslenguado, 
rectificas: 
"el mío es un piratazgo acantilado". 



  (Carlos Arboleda López. Quito-Madrid. 1995-2002.)

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